"La guerra no cambia nada por sí misma, sólo
nos recuerda, con su ruido, que todo cambia."
Ray Loriga
Solemos decir que siempre hay una
primera vez para todo. Pero hay primeras
veces que, cuando llegan, sabes que son para siempre. Primeras veces que, de
alguna manera, no sabes cómo, se convierten en un rito de paso. Y nos cambian. Y nos transforman en una persona un
poquito diferente. Pues bien, ésta es una de ellas.
7 de Febrero de 2017. Otra
de las fechas importantes en esta historia. Mi primera vez en un quirófano.
Huelga decir que, como toda
primera vez, se hizo esperar. Tras varias consultas con los cirujanos, donde me
explicaron, lo mejor que pudieron, las opciones que barajaban, lo primero que
me quedó claro fue que, en mi caso, al hablar del tratamiento a seguir no
disponían de una única o mejor opción, por lo que, aunque parezca
mentira, fue una especie de toma de
decisión “compartida”, algo impensable hasta hace pocas décadas, cuando el
punto de vista del paciente no merecía consideración alguna por parte del
médico (me alegro de que ahora, los pacientes, que al fin y al cabo somos los
que sufrimos en nuestras propias carnes la enfermedad, podamos asumir un papel
activo en estas decisiones).
<< Qué te parece Verónica, ¿empezamos por cirugía o por quimio? >>
A pesar de ser una decisión
“compartida”, desde el primer momento tuve claro que no quería que lo fuera.
Qué irónico, ¿verdad? Aplaudir la idea de poder tener voz y voto ante nuestro
(mi) tratamiento y, a la vez, no querer tener nada que ver. Pero prometo
intentar explicarlo.
Para que os hagáis una idea el
tamaño de mi tumor estaba en el límite. Había dos opciones claras: quimioterapia neoadyuvante como primera
opción de tratamiento, que generalmente persigue la reducción del tumor de cara
a una cirugía conservadora posterior, o, por el contrario, cirugía conservadora inicial, seguida de quimioterapia adyuvante,
cuya finalidad en este caso, es eliminar o disminuir la
posible diseminación microscópica de las células cancerígenas que puedan
permanecer, aún, en el organismo.
Así que, además de la ya de por
sí gran carga de tener que portar la “C” mayúscula durante todo este tiempo, no
quería ninguna responsabilidad añadida, ya tenía bastante con el miedo. Una
cosa era tener voz y voto y otra DECIDIR. No paraba de darle vueltas y más
vueltas (soy experta en entrar en bucles mentales, ya lo iréis
descubriendo): << ¿pero qué voy a decidir yo, que no tengo ni idea de medicina?
¡¡Que lo decidan ellos, que son los profesionales!! >>
Yo lo único que quería era que
averiguaran cuál era, en mi caso, la mejor opción. Si, lo sé, sé que acabo de
decir unas líneas más arriba que no había una única o mejor opción para mí,
pero me daba igual. Que la encontraran. Y, a ser posible, que me llevaran “de
la manita” hacia ella. Eso y que me quitaran el bicho. Ese bicho traicionero, y
okupa, que se había instalado en mi cuerpo, concretamente en mi teta, sin pedir
permiso, pero que, con suerte, estaba a punto de irse. De una vez por todas y
para siempre.
Al final, supongo que no sin
antes debatir internamente y de manera plural los pros y contras de cada una de
las opciones, decidieron empezar por la cirugía (CUADRANTECTOMIA + BSGC). Una cuadrantectomía,
como su propio nombre indica, es la extirpación de un cuarto completo de la
mama. Es una forma de preservación de la mama que se consigue extirpando el
cuadrante donde se encuentra el cáncer, además de un margen del tejido mamario
que lo rodea. En cuanto a la técnica BSGC
o biopsia selectiva del ganglio centinela
se puede decir que es un procedimiento,
habitual en estos casos, en el que se identifica, se extirpa y se examina el
ganglio centinela (primer ganglio de la cadena linfática que recibe el drenaje
del tumor primario) para determinar si hay células cancerosas presentes en él
que hayan adquirido la capacidad de diseminarse al resto del organismo.
Qué angustiosa es la espera. Y qué
alivio genera conocer una simple fecha. 7 de Febrero.
Pero el alivio dura poco.
Conocer la fecha de la cirugía no
hizo que mis miedos desaparecieran. Los temores iniciales, ante una
incertidumbre, de momento silenciada, dieron paso a otros nuevos.
<< ¿Me
dolerá? >>
<< ¿Y si
no me despierto?>>
Que yo recuerde nunca he sido una
persona negativa, sino más bien todo lo contrario, pero, quieras o no, a lo
largo del proceso se te pasan mil y una cosas por la cabeza, entre ellas la
posibilidad de no salir del quirófano (cada vez es más difícil gestionar todo
ese revoltijo de sentimientos que se van presentando un día tras otro). Y, por
desgracia, los miedos, al contrario que los tumores, no se extirpan (ojalá).
Pero si se vencen.
Así que haciendo honor a mi
condición de mujer, ese “sexo débil” según la definición añeja e irrisoria de
la RAE (¡ JÁ !), me las arreglé para echarle
un par de ovarios y ver la cirugía como lo que era: mi primera gran meta a corto
plazo.
Tras un preoperatorio, una breve
consulta con el anestesista y una detección de ganglio centinela, que aún se me
sigue antojando eterna, llegó, tan rápido como hasta entonces, “MI GRAN DÍA”
Llegué al hospital, mejor
acompañada imposible, un poco antes de las 8 de la mañana. No recuerdo los
nervios, aunque puede que la pastillita para
dormir la mona de la noche anterior (cortesía del anestesista) tuviera algo
que ver. Me dirigí a admisión y, después de ataviarme con “el kit prequirúrgico completo” (pijama, bata y zapatillas) me tocó
sentarme a esperar. No tardaron mucho, o eso creo (bendita memoria selectiva),
en venirme a buscar.
Una vez dentro aquello no es para
tanto. Te preparan para la mini-siesta
(colocón gratuito incluido) y te dan conversación hasta que caes redondo, de
golpe y porrazo (eso, sí).
Al despertar, me dijeron que todo
había ido bien y que el bicho estaba en la basura. Mi primera sensación fue la
de haber recibido una paliza monumental, ni rastro del plácido despertar que
había imaginado (ilusa de mí).
<< ¿Pero,
esto qué es? >>
<< ¿Y por
qué me duelen partes del cuerpo que no me
han
operado y la que me han operado no me duele? >>
Aunque si os digo la verdad
recuerdo más bien poco, entre la borrachera de la anestesia y la alegría de
saber que todo había ido bien no coordinaba mucho que digamos.
Un “ratito” más tarde (y después
de comprobar que no existía retención urinaria) me encontraba de camino a casa
y empezando, sin saberlo, el vía crucis de la post-cirugía.
Desde el principio dormir se
convirtió en una verdadera odisea. Siempre me ha gustado dormir boca abajo y,
para más inri, con un brazo por debajo de la almohada, algo impensable en esos
momentos (primera recomendación: No se
acueste sobre su brazo afectado). Así que, no sin gran esfuerzo, me tocó
hacerme a la idea y dormir, noche tras noche, como Tutankamon. Un pequeño
almohadón de Ikea hizo las veces de “almohada
corazón” (por desgracia, para mí, no tenía ni idea de la existencia de
éstas).
Para los que queráis saber más son almohadas con forma de corazón
diseñadas para dar descanso al brazo operado en los pacientes de cáncer de
mama. Y no se venden, se regalan.
En la página http://almohadadelcorazon.blogspot.com.es/ tenéis un
listado con colaboradores por provincias.
A pesar de que el almohadón, me
hizo las noches un poco más fáciles (sin él hubiera sido impensable), me seguía
costando un esfuerzo sobrehumano pegar ojo. Me gustaría deciros que notaba, día
a día, avances en la calidad y cantidad de mi sueño, pero tardé en dormir medianamente bien unas cuantas semanas.
Lo que más guerra me dio fue, sin lugar a dudas, el brazo. Y no por la
cicatriz del pecho, apenas notaba que la tenía (y, los primeros días, con el
vendaje, ni la veía), sino por la de la axila. Cada vez que intentaba mover el
brazo era como si me lo arrancaran. Tenía la horrible sensación de que me lo
habían cosido, permanentemente, y para siempre, al resto del cuerpo. Aunque de esto, gran parte de culpa la tenía
el vendaje compresivo, que, aparte del espachurramiento
tetil, colocó mis brazos en “posición Madelman” durante 48 horas (a mí me
parecieron semanas), que fue lo que tardaron en retirármelo, gracias a Dios.
Os alegrará saber que la
movilidad del brazo sí que se va recuperando y que, con una serie de ejercicios
básicos diarios, y siendo pacientes y constantes (eso es súper importante) la
limitación es únicamente temporal y, a día de hoy, puedo decir que hago vida
normal.
Pero volviendo a la retirada del
vendaje. 48 horas después de la cirugía me presenté en mi ambulatorio para
retirarlo y que me realizaran las curas locales. La verdad es que podría
habérmelo quitado yo sola perfectamente, pero me daba un pánico atroz hacerme daño y no estaba segura de estar preparada para lo que pudiera haber debajo. Era algo que me preocupaba
desde el principio. Y, siendo totalmente sincera, debo confesar que, a pesar de
que no tenía “tan mala pinta”, sí que me impresionó (un poquito) lo que vi.
Es curioso cómo, desde el
diagnóstico, vas modificando el orden de tus preocupaciones. Después de la
operación mi gran temor eran las cicatrices.
<< ¿Cómo me habría
quedado el pecho? >>
<< ¿Y la axila?
>>
Los primeros días me daba penilla mirarme en el espejo, no podía
desviar la mirada, sólo veía dos grandes
MARCAS (y el cuarto de teta que
faltaba). Pero pronto fueron perdiendo importancia. Ya no las veía tan
grandes. Ni tan feas. Y pasaron a ocupar un merecido segundo plano.
Como diría Benjamín Prado “Sobrevivir
es irse haciendo del tamaño de las circunstancias.” Y lo realmente difícil
es asumir es que la vida ya no vuelve a ser como era y que, por mucho que te
esfuerces, no volverás a encontrarte con la persona que eras el día que recibiste
el diagnóstico.
Porque he cambiado. El cáncer me ha cambiado.
Y no me refiero a los cambios físicos, que son más que evidentes. De
pie, delante del espejo veo continuamente a una mujer a la que estoy empezando
a conocer. Mi cara y mi cuerpo, son de momento, muy diferentes. El pelo, o, más
bien, la falta de él (esa pelusilla como la de los kiwis, que no acaba de coger
fuerza) dibuja una cara que no parece la mía.
Y en cuanto al cuerpo… Soy un
completo incompleto, que cantaba Pau Donés. Y así me siento. A pesar de ser
una de las “afortunadas”, y librarme de la tan temida mastectomía, los pechos,
asimétricos, me recuerdan que eso que veo ya no es mi cuerpo. Y los cortes, en
mama derecha y axila, son ahora, heridas de guerra que dudo que el tiempo
consiga borrar.
Algunos pensaréis que de qué me quejo. Sólo me falta un cuarto de teta. Y tendréis razón. Sólo me falta un
mísero cuarto, una parte de teta que estaba pegada al cuerpo de lo que era
entonces. Y es innegable que el tiempo me ha convertido en otra cosa.
“ Wisdom would probably
admonish us not to
anticipate all our happiness from one quarter alone. ”
Sigmund Freud
Pero tengo claro que un pecho no es lo que define a una mujer, sino la
valentía para hacerle frente a enfermedades tan duras como el cáncer. Y es, en
el plano psicológico en el que he sufrido un cambio más pronunciado.
Efectivamente he aprendido a valorar más cada instante, por pequeño que sea
(esos son los que verdaderamente cuentan), y todo, y a todos los que tengo a mi
alrededor y me lo demuestran día tras día (os quiero infinito). Todo tiene más color, más sabor, más olor y
MÁS VIDA.
Charles Darwin dijo una vez: “No es la especie más fuerte la que
sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio.” Y
yo voy a seguir respondiendo. Y queriéndome. Y brindando por todas esas
imperfecciones que me hacen tan humana. Y
tan única.
"El amor es celebrar lo que hay dentro, aunque lo de fuera cambie."
Roy Galán