SÍ, PERO NO. NO, PERO SÍ.




“Qué bonita la palabra “sobrevivir”. Como si en el “sobre” cupieran todos los miedos y pudieras mandarlos bien lejos, sin poner el remitente, para que nadie pueda devolvértelos jamás."

                                                                                                  Ana Elena Pena




De vez en cuando, algo te pilla completamente por sorpresa, te cambia el guión y te obliga a improvisar.

Primera consulta con el oncólogo:

“Vamos a pedir un ONCOTYPE.

Como si me hablaran en chino. Ni pajolera idea de lo que era aquello.



¿Qué es un ONCOTYPE?


El ONCOTYPE es una prueba genómica, de reciente actualidad, que analiza la probabilidad de reaparición de la enfermedad, o recidiva, a corto y largo plazo, y si la quimio puede evitarse. O no.





Por lo visto hay ocasiones, cuando el tumor es “poco” agresivo ─ y está bastante localizado─,  en las que el beneficio que aporta la quimioterapia, una vez extirpado el bicho,  puede llegar a ser mínimo o prácticamente inexistente.

Y aquí es donde entra en acción el ONCOTYPE.

El test genera un resultado o “RECURRENCE SCORE” comprendido entre 0 y 100.  Los pacientes con RS bajos tendrán menos probabilidades de beneficio, mientras que los pacientes con RS altos obtendrán los beneficios más significativos.

¿Y qué pasa con los intermedios?

Los que me conocéis sabréis que nunca me han gustado los puntos intermedios, pero ¡ cómo olvidarlos ! Porque, precisamente ahí, en uno de esos puntos, ESTABA YO.
Y sí, ya sé que dicen que “Las grandes historias nunca se escriben con medias tintas”, pero disiento. Ésta es una de ellas.

Que el resultado de la prueba predictivo-pronóstica o séase ONCOTYPE no fuera concluyente hacía referencia a una probabilidad INCIERTA. Y ya sabemos lo que hace el destino con las probabilidades. SE RÍE DE ELLAS. Así que decidir si merecía la pena, o no, administrar el tratamiento, en estos casos, en los que no se ha comprobado, aún, si los beneficios de la quimio justifican los riesgos de los efectos secundarios era un asunto ─ permitidme que lo diga ─ bastante peliagudo.

¿Y en ese caso qué se hace?

EN ESE CASO DECIDE EL PACIENTE. Y vuelta la burra al trigo.

A estas alturas de la película, y después de una dosis extra de “veletismo”, yo ya tenía un cacao mental bastante considerable. 



Por un lado estaba el sí pero, no, que igual de rápida y espontáneamente QUE VINO, SE FUE. El pequeñísimo rayito de esperanza que se abrió paso en mi cabeza cuando pidieron el ONCOTYPE, y la quimio se puso en duda, se había esfumado por completo, como por arte de magia.

Y, por el otro, estaba el no, pero sí. Creedme cuando os digo que nunca había tenido tantas ganas de decir que NO. No es que no quisiera, es que no quería querer. Y mantener la calma y las ideas claras, cuando las circunstancias no acompañan y tu cabeza no hace más que dar vueltas, y te mareas de sólo pensar ¿y ahora qué? es una tarea, a veces ardua y complicada.

Pero dicen que el presente no se espera, se construye. Y que es de valientes decidir por uno mismo (no todo el mundo se atreve) y marcar tu propio rumbo. Que la diferencia está ahí precisamente. En lo que decides. Y que pase lo que tenga que pasar. Pero sabiendo que vas por buen camino.

Sí, quiero.



Dame veneno que quiero vivir.

Como diría la versión mejorada de Los Chunguitos.  Y de eso se trata, de recibir una especie de envenenamiento selectivo que nos permita seguir (sobre)viviendo. Para contarlo.

Es preciso referirse, pues, a este tipo de envenenamiento como selectivo, ya que no puedo estar más de acuerdo con  Paracelso cuando dijo, hace casi 500 años, que "Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno". Es la propia dosis la que marca la diferencia.

Y, hablando de dosis, las mías ya estaban en camino.

El día 16 de Marzo fue mi primer chute. Mi tratamiento consistía en 4 sesiones de AC (ADRIOMICINA + CICLOFOSFAMIDA), cada 21 días, y 12 sesiones semanales de TAXOL.

Llegué al Hospital de Día sobre las 10.15 de la mañana. Después de una poco breve consulta con mi oncóloga asignada (un encanto, por cierto), que me citó de cabo a rabo la INTERMINABLE lista de efectos secundarios (¡agárrate que vienen curvas si eres hipocondríaco!) y me obsequió con un par de pastillitas (que me llevé puestas) para futuras naúseas, por lo visto inmediatas (veríamos a ver) y alergias, me marché “tan pichi” a desayunar.



Que el desayuno sea o no la comida más importante del día lo dejo para tertulia entre nutricionistas y presuntos entendidos (de esos que ahora abundan) de la alimentación saludable. Lo que es un hecho, irrebatible, al menos para mí, es que desayunar fuera de casa es la comida más importante del día. Y así lo hice. Sí, sí, con un par. Que el tan temido demonio rojo me pillara con la barriga bien llena.

Pasado el tiempo exigido de espera, y después de tomarme las “píldoras milagrosas”, entré al Hospital, de nuevo, como toro al matadero. He de decir que de milagrosas tuvieron más bien poco e hicieron con las náuseas lo que pudieron. No volví a querer ni asomar la nariz a las bandejas de comida que nos ofrecían, religiosamente, a todos los pacientes cada jueves; aunque también es verdad que el menú se las traía y ayudaba entre poco y nada: una especie de potaje (bastante caldoso y con unos cuantos tropezones) de primero, un pescado rebozado (probablemente panga) de segundo y, para rematar, un yogur, azucarado a más no poder, de postre. Lo que viene siendo una dieta oncológica, saludable y apetecible (a más no poder) en toda regla, vaya.

El siguiente paso fue elegir quimio-sillón. No me lo pensé mucho: el de la esquina. Yo aún no lo sabía, pero ése sillón, en concreto, elegido completamente al azar, se convirtió en parte indispensable de mi tratamiento, acompañándome chute tras chute. Podría decirse que le cogí hasta cariño.



Por alguna extraña razón, que no alcanzo a comprender, estaba tranquila. Tranquila y, en cierto modo, expectante. Expectante ante los tropecientos mil millones de efectos secundarios, de manual, que podía llegar a “sufrir” y que, durante las dos horas y media que duró la sesión, que empezó una vez llegó mi cóctel de drogas (premedicación + AC), me dio tiempo, de sobra, a repasar mentalmente, uno por uno. Incluso se me pasó por la cabeza hacer pleno (siempre he tenido mucha imaginación para el drama, qué le vamos a hacer).

Afortunadamente no fue mi caso. Pero de eso hablaré otro día.

El tiempo pasaba despacio, parecía que el reloj se había ralentizado con la sola intención de provocarme una especie catarsis mental, a la que no ayudaba, en absoluto, la visión del goteo entrando en vena, con el brazo prácticamente inmóvil y en un estado casi casi cercano a la semi-atrofia muscular.




Mentiría si dijera que en ningún momento tuve ganas de arrancarme, de cuajo, la vía y salir de allí pitando.

<< Piii, Piiii, Piii, Piiiiiiiiiiiii >>

<< ¿La que pita es la mía? >>


Al principio cuesta un poco acostumbrarse al dichoso sonidito. Pero llega un momento en el que hasta lo interiorizas y ya no sabes si cuando pita es la tuya o la del de al lado. Lo mismo les pasa a las enfermeras.

Pero hablando de “los de al lado”: la sala quimio no era, ni mucho menos, como esperaba. Suelen decir que el drama va por dentro, sin aspavientos, y supongo que así es. Porque la mayoría de gente allí sentada no tenía ninguna pinta de estar enferma. Aunque, a decir verdad, supongo que yo, de momento, tampoco.

No coincidí con la mayor parte de ellos en las siguientes sesiones. Cada día había una cara nueva. No es que hubiera ningún tipo de interacción especial entre nosotros, aparte de los saludos y las tres o cuatro palabras de ánimo (de rigor) que intercambiábamos, algunos, de vez en cuando. Pero como dice el refrán: las penas compartidas son menos penas. Y ayuda saber que muchos de los miedos los compartimos.


Y, si hay algo que nos sienta bien, entre tanto infortunio colectivo, es la compañía. Porque la vida da tantas vueltas que es mejor rodearse de gente dispuesta a agarrarte si pierdes el equilibrio. Y de eso a mí no me faltaba. Espero que a ti tampoco.


Después de la quimio roja vino el taxol.



Todos los jueves, durante doce semanas seguidas, ni una más ni una menos (¡un hurra por mis defensas!) cogía el metro a eso de las 8.30 de la mañana. Diez minutos después tocaba, como hasta entonces, mi desayuno de campeones (yo lo de empezar el día con buen pie lo dejo para los que no tienen la suerte de empezarlo con un buen café y un buen pincho), pero esta vez no como parte intermedia, sino como punto de partida.

A las  9 en punto, y con las pilas (y la barriga) totalmente recargadas, estaba entrando en el Hospital.

Si mis defensas aguantaban, que sí que lo hicieron, sólo veía a mi oncóloga cada tres semanas. El resto de jueves la espera era mucho más corta (gracias a Dios) y entraba casi directa a mi quimio-sillón. Es curioso que siempre estuviera libre, parecía que, a su manera, me estaba esperando para hacerme pasar el trago lo más cómodamente posible.



Lo más reseñable de estas sesiones era que no había ningún tipo de pastillas pre-quimio. En su defecto me atiborraban las venas con antihistamínicos, primperan y corticoides (con la intención de evitar posibles reacciones, por lo visto más frecuentes de lo que les / nos  gustaría), para a continuación empezar con la bolsita de quimio muy lentamente.
Lo primero que te dicen es que ante cualquier cosa rara o molestia que sientas, por mínima que sea, avises inmediatamente. Así que al miedo en el cuerpo que nos produce la quimio, de por sí, a la mayoría, le podemos sumar el miedo que a veces nos crean.

La bolsita, en este caso bolsaza, tardaba en bajar unas dos horitas que, con el chute de antihistamínicos  que me metían, se me pasaban en un periquete.

Y así todas las semanas.



Podría decirse que, al lado del terrorífico diablo rojo fue, prácticamente, un paseo. 

Pero no todo fue un camino de rosas. No.

Teniendo en cuenta el tute que llevaba YA, y que en estos ciclos la toxicidad era acumulativa, para cuando llegó LA ÚLTIMA tenía el cuerpo lo que se dice bastante DESCOLOCADO.



Tiene gracia. No deja de ser incongruente que lo que nos cura sea en realidad lo que nos deja, al mismo tiempo, en ese estado tal de agotamiento físico y mental (eso como poco), arrasando a su paso, como un tsunami, con todo lo que se va encontrando por el camino.

Camino del que, por suerte, ya he recorrido una gran parte.

Es momento de cerrar una etapa. O, mejor dicho, uno de los tantos momentos clave que me han tocado vivir.


Se inicia ahora otro ciclo de cambios, inesperados e incontrolables. Puede que de esos que dan miedo. E incluso hacen dudar.

Pero, a pesar de lo que pueda parecer, no es el fin del mundo. Es el inicio de uno nuevo. Que seguiré compartiendo con vosotros y, por supuesto, con la gente a la que quiero
Porque a menudo olvidamos que, si bien es cierto que las penas compartidas son menos penas, la alegría compartida se multiplica. Y sabe mejor.

Adiós quimio, adiós.

Hasta siempre.

4 comentarios:

  1. Hay una cosa clara, los tienes muy pero que muy bien puestos, es algo que nunca he puesto en duda desde que te conozco.
    Pasar por este tormento innecesario y absurdo por el que has tenido que pasar, haciendo gala de una fortaleza que yo le he visto a muy poca gente y te garantizo que conozco a gente muy fuerte fisica y mentalmente y hacerlo con esa sonrisa perpetua,con la luz que irradian esos dos ojazos que cautivan, con esas ganas de contar doce, o cero (una mas una menos) cada uno cuenta para donde quiere, con ese optimismo que has contagiado a todos y ademas hacerlo contandoselo a todo el mundo de una forma tan elocuente, parece como si lo escribiera el mejor redactor de prensa del mundo.

    Por todo eso y por mas, de verdad deseo, que como esto ya esta chupado puesto que hemos terminado con el (bicho), tus relatos no terminen junto con el bicho y nos sigas deleitando con vivencias o con lo que esa imaginacion sea capaz de crear, pero no dejes de escribir por que es muy refrescante y reconfortante leerte, incluso relatando algo tan doloroso y triste como es esta historia que tiene un final feliz y todos asi lo hemos querido desde el primer dia que lo supimos pero no deja de ser triste y desgarradora.

    Animo ya solo queda reponerse, celebrarlo por todo lo alto y volver a llenar las chirucas de barro durante muuuuucho tiempo.

    Un beso enorme.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Palabras como éstas hacen que no ponga en duda el seguir escribiendo. Me alegra saber que me lees y que consigo que llegue una parte, por pequeñísima que sea, de lo que estoy viviendo e intento expresar de la mejor manera posible.

      Muchíiiiisimas gracias y no te quepa duda de que lo celebraré las veces que haga falta, si es necesario etapa por etapa. Y de que me calzaré las chirucas, en cuanto pueda, para seguir avanzando.

      Otro beso enorme para ti.

      Eliminar
  2. Trasmites la mayor fuerza de una manera inmejorable y la mas bonita esperanza para quien muy a su pesar no tiene animos para seguir adelante.

    Te superas sin mirar al pasado como poca gente consigue hacer y nos das leccion de vida a los que por suerte nunca hemos sufrido ni un pequeño tanto por cien de lo que a ti te ha tocado.
    Orgullo de tenerte en mi vida y poder gritarle al mundo que vas a destruir a ese bicho con mas fuerza que nadie.

    Te quiero

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Orgullosa estoy yo de poder contar contigo en cualquier momento. Estoy convencida de que me agarras la mano, desde lejos, a cada paso que avanzo. Y así, es mucho más fácil.
      Yo también te quiero.

      Eliminar

PORQUE FUERON, SOMOS. PORQUE SOMOS, SERÁN. 8M

“Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la...