Fue
aquella una fecha memorable para mí, pues a ella debí grandes cambios en mi
existencia. Pero en la vida de todos sucede lo mismo. Suponed que se suprime de
ella un día determinado, y pensad cuán distinto habría sido. Los que estáis
leyendo esto meditad por un instante sobre la larga cadena de hierro o de oro,
de espinas o de flores, que nunca os habría sujetado de no haber sido por un
primer eslabón que se formó en un día memorable.”
Charles Dickens
No sé si a ti te pasa, pero, algunas veces,
yo no puedo evitar volver. Retroceder en el tiempo y ver lo que era. Y lo que
ya no soy.
Hace 367 días, por ejemplo, ni se
me hubiera pasado por la cabeza calificar aquel fatídico día como memorable.
M-E-M-O-R-A-B-L-E.
Del latín memorabilis. Que merece ser recordado. [Y
atrévete a no hacerlo…]
Muy a mi
pesar, estoy cuasi segura de que más
de uno hoy, al leerme, discrepará con mi adjetivo. E incluso lo considerará
imprudente. Pero como dice la gran Mary Oliver (ya sabéis lo que me gustan las citas):
“No
hay nada más patético que la prudencia cuando lanzarse podría salvar una vida,
incluso, posiblemente, la tuya.”
Y yo hace tiempo que elegí ser quien se salva.
Llamadme loca.
Tal vez.
Sé, también, que hace mucho que
no escribo. Puede que no encontrara el momento. O quizás, incluso, las
palabras.
Hasta hoy. No podía ser
de otra forma.
367 días después.
Y parece que fue ayer.
El
último día del año.
De
este annus horribilis.
Supongo que cuando tienes cáncer el tiempo [entre otras cosas] se
percibe de otro modo.
Un buen día, 29 de
Diciembre de 2016, ─ EL
DÍA QUE LO CAMBIÓ TODO
─
te levantas y ZASCA.
Adiós vida anterior.
Ni que decir tiene que algo así te coloca en perspectiva. Espero que de por vida.
Se abre, ante ti, un inmenso agujero negro. Un oscuro pozo sin fondo al que es necesario que
desciendas para darte cuenta de que cualquier movimiento que hagas, a partir de
entonces, sólo puede llevarte hacia arriba. Y sin frenos.
Es curioso, pero a esas alturas
lo único
que tienes claro es que salir corriendo no sirve de nada.
Y, con el tiempo,
que el
secreto está en las ganas.
De vivir.
A jornada completa.
En ello estoy.
Por eso, hoy, 367 días después [del primer día del resto de mi
vida] ─ no
sé muy bien cómo han pasado ─ quiero ser yo la que os diga que aún estamos a tiempo.
De dejar de esperar, esperar
para qué [porque es verdad lo que atañe a la espera] a que el miedo
nos gane la partida.
De despertar, de una vez por
todas, y para siempre, del profundo letargo existencial en el que, la mayoría
(que no digo todos), estamos sumidos.
De dejar de ser los mismos. Que hacen lo mismo de siempre.
Para
reencontrarnos con nosotros mismos.
Y volver a ser lo(s) que nunca fuimos.
Pero, OJO, que aún estamos a tiempo.
De aprender a estar vivos.
Porque no sé vosotros, pero yo, y
como la gran Gloria Fuertes “aunque estoy entrenada, y siempre
resucito, he decidido no morirme nunca más.”
Y qué mejor manera para empezar a no hacerlo que con una lista. De mandamientos.
A modo de mantra colectivo. [Que sé que es tradición por estas fechas]
Y quién mejor que yo
misma [supongo] para escribirlos.
En letra bien grande. Las veces que haga falta.
Para recordarlo.
Todos y cada uno de los días.
De mi nueva ─ y segunda ─ vida.
Querida yo, del 2018:
“Ruge la vida, y lo hace de tal modo que es imposible ignorarla”
Así que entre tú y yo, tú, que
sueles ser dispersa hasta decir basta, deja de mirar a tu alrededor buscando
una normalidad que ya no existe.
Ah, y ESPABILA.
Porque
no sé si a ti te pasa, pero, algunas veces, yo no puedo evitar volver. Y, sin embargo, entender que no hay
vuelta atrás es la única forma de seguir adelante.
1. Agárrate [que
vienen curvas] al aquí y al ahora. Pero recuerda quién fuiste. Para entender lo
que eres. Y lo que quieres ser.
2. No pierdas las ganas. Ni la paciencia. Y redibuja tu
vida. Pero no dejes que la rutina te invada. No te conformes. Y sal. De tu zona
de confort.
3. Quiérete mucho. Mogollón. Y redescúbrete, día tras día.
Ahora que ya sabes dónde encontrarte visítate. Le pillarás el gustillo [y de qué
manera].
4. Haz una lista [sí, otra más] de todo aquello que te
preocupe. Y Léela. Punto por punto. Y coma por coma. Luego otra vez. Ahora
respira. No es para tanto, ¿verdad? [de esto sabemos un poco].
5. Elige (te). Siempre. A ti misma. Y toma las riendas. Decídete.
Que nunca te arrastre la corriente. Aprende a decir mil veces sí. Y cuándo
decir que no. Rebélate [si es necesario].
6. Crece. Para seguir estando a la altura. De tus expectativas. Pero tropiézate. Y
cae. Aprende. Y sé como Lázaro. Levántate y anda.
7. Vuélvete loca. De ganas. Loca por viajar. A todas
partes. Loca por cantar. A grito pelado. Loca por leer. Compulsivamente. Loca
por bailar (lo). Todo. En cualquier parte. Como si no hubiera un mañana. Porque
no sabemos si lo habrá. Pierde el sentido del ridículo. Y descojónate viva.
Durante horas. Y que te quiten lo bailao.
8. Rodéate. De todo y de todos. Lo(s) que te haga(n)
feliz. Y suelta. Recuerdos, objetos, personas. A todo aquel que no sepa estar.
Y quédate con lo(s) que vale(n). Y quiere. Con todas las letras. Demuéstralo. Y
dilo a diario.
9. Aprende a mirar. Más a los ojos. Y menos al móvil. Aprende
a contar. Tus alegrías. Preocúpate. De que lo más importante sea lo más
importante. Y deja, que todo lo que ocupe (se) llene. De momentos. Verdaderos.
10. Mira a tu alrededor. Y dime qué ves. Vuelve a mirar. Y
da las gracias. Por lo que hay. Por lo que tienes. Celébralo. Por todo lo alto.
Y brinda. Por todo lo bueno [que está por llegar].
Y,
sobre todo, tenlo bien claro. Has tenido un cáncer, sí.
Menuda p*tada.
Pero
tú ya existías antes de él.
Así que abre los ojos.
E
Ilusiónate.
Por todo y por nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario